Evidentemente, en la base de la creación de cualquier nuevo producto se encuentra el diseño industrial. El diseñador es el encargado de establecer las cualidades polifacéticas de los productos: su estética, los materiales que lo integran, su funcionalidad, la tecnología que incorpora… Y, generalmente, lo hace pensando en un público objetivo.
Por otro lado, el arquitecto es quien se encarga de proyectar, diseñar y construir edificios basándose, normalmente, tanto en las necesidades de quien va a vivir en ellos como en las características del entorno.
Finalmente, tenemos al interiorista que, al fin y al cabo, es un diseñador de interiores. Es aquella persona que conjuga psicología ambiental, arquitectura y diseño de productos para crear ambientes que, más que un lugar, sean experiencias en las que vivir. En definitiva, busca la combinación más adecuada entre persona-arquitectura-contexto-productos. Es decir, ¿qué diseño de producto es el adecuado para esta persona en este espacio localizado en este lugar?
En realidad, muchos diseñadores de productos tienen un poco (o “un mucho”) de arquitectos y de interioristas, lo cual resulta ser mucho más efectivo. ¿Por qué? Pues porque son capaces de diseñar el producto pensando no sólo en las cuestiones técnicas de producción y del público objetivo sino en lo que podríamos denominar “arquitectura objetivo” o “ambiente objetivo”. Es decir, tienen en cuenta tanto el tipo de persona que va a utilizar el producto como también las características de la arquitectura e incluso el ambiente en el que encajaría idealmente.
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